Confesiones del español que Ecuador conquistó
Alejandro Ruiz Mulero comparte su historia personal sobre cómo el amor por una ecuatoriana lo llevó a enamorarse también de Ecuador. En su relato, describe cómo, durante nueve años, su pareja ecuatoriana lo conectó profundamente con el país.
Alejandro Mulero

He vivido con ecuatorianos más de tres lustros. Como Colón descubriendo América creyéndola Asia, descubrí en Inglaterra, cerca del meridiano cero, todo el Ecuador.
Vivo en Londres desde 2003. Soy español. Durante nueve años tuve pareja ecuatoriana. Me casé en la bella Quito. Ella fue la llave de dos paternidades: mi hijo y mi adopción por la comunidad ecuatoriana. “Mijo” Jake, pura mezcla, me une inexorablemente al país de lagos puros y mestizaje.
En las fiestas, mi cadera solía ser la única que no sabía moverse. Intenté aprender, pero si fuera a “Dancing with the Stars” llamarían a la policía. A las caderas ecuatorianas parece que el tremor sísmico las impregnó con movimiento. Sin embargo, la Música Nacional era para mí: Gerardo Morán o la Banda 24 de Mayo. Ésta, con su algarabía de metales, nos convertía en chamanes extasiados, donde la cerveza participaba de la liturgia. Una amiga se sorprendió al visitarme y pillarme escuchando, solo, esa música. Andaluz chichero.
La música andina es cautivadora. El gran cantante de Tambillo, Omar Cueva, versionó “Tamia” de Jayac. El quechua, que ni él entendía, nos conectaba con lo ancestral.Descubrí a Julio Jaramillo una noche viajando a Guayaquil, mientras serpenteábamos barrancos nublados. Pasillos que nos llevaron al salón del trance.
Estuve en Ecuador seis meses. Me encantó. Los ecuatorianos son muy hospitalarios y corteses. Los niños que no me conocían me decían, “Buenos días, señor.” Me han tratado maravillosamente. A veces, tuve que rebuscar monedas en los bolsillos, tras preguntarme cuándo les íbamos a devolver el oro que se llevaron los españoles. En un libro de escuela me asusté: enfatizaban la barbarie de Pizarro a Atahualpa. En España ni se conoce. Ambas, historias sesgadas.
Tambillo, a las afueras de Quito. Brumoso, tapizado por un verdor que es antítesis de mi ciudad, desértica Almería. Los pueblos son tan diferentes, jóvenes abundan y las fiestas nacen de la nada y son eternas. Ecuador es tierra de contrastes: Quito Norte/ Quito Sur; volcanes nevados / selva amazónica; occidentalización / indigenismo; almuerzos de $2; electrodomésticos más caros que aquí; el magnificente Malecón de Guayaquil junto a calles deprimentes; fervor religioso / fiestas como si no hubiera un mañana…
En Ecuador y en España juegan al voleibol con balón de fútbol. Reconquistan con red y puestos de comida. En Londres quizás, porque la red es separación y quieren integración, juegan fútbol. Yolanda y Gerardo vendiendo delicias con música y simpatía es inseparable de estos parques. Descubrí platos sabrosos: humitas, encebollado, arroz marinero (¿paella?), morocho, fanesca, colada morada.En las fiestas de cumpleaños, en España van el 90% amigos y 10% familia; los ecuatorianos es al revés. Cuando los ecuatorianos compartían alcohol en un solo vaso, pensé en regalarles una vajilla, pero es un acto fraternal y de unión.
Jugué baloncesto en Ecuador. Descubrí el mal de altura. En los descansos, un niño repartía agua, mientras un adulto daba chupitos de “puro”. “Para los nervios”, decía el entrenador. En la cancha ya no sabía ni en qué canasta atacábamos.Intenté tutear menos, más cuando los padres trataban a sus hijos de usted. Adopté muchas expresiones: “mandarina”, “¿mande?”, “chompa”, “chumarse”, “pana”, “chévere”, “pay”, “bacano”. Algunas las pasé a amigos míos españoles.
Desayuno café. Ver desayunar “el calentadito” de la noche anterior me consternaba. En Ecuador llaman pan a bollos dulces. Encontrar barras de pan fue como buscar El Dorado.Fui padrino en una celebración de dieciséis años. Sherlyn lucía como si fuera una boda. De repente, los Andes se convirtieron en la Viena de los valses. Niños vestidos con traje y corbata, que parecían a punto de presentar un noticiero; mientras, los adultos se movían como niños bulliciosos.
Bailes folclóricos: ropas multicolores volteando con sorprendente ligereza producían un efecto hipnótico, como si lloviera Ayahuasca.
En Nochevieja vi los “Años Viejos” adornando divertidamente coches, bancos, tiendas, aceras… Serían quemados de noche como expiación, como las Fallas de Valencia. Carnavales en Tambillo: “combatí” con agua, harina y espumilla. No quería mancharme, pero acabé como pescado rebozado en un Vietnam andino.
Otavalo indígena: un mercado humilde. Me deleito con orfebrería y ropas de calidad superlativa. Una vendedora desmonta el puesto y se sube a un todoterreno de alta gama. Levantó la cabeza y atisbé calles impolutas, con casas que rezuman prosperidad. La indígena se marcha dejándome obnubilado con el humo del cochazo y por la sorprendente sofisticación del área. Solo oigo el quechua.
Cuando vea una pista de voleibol y un balón de fútbol en el aire, sabré que no es un fallo de Matrix, sino que esa esfera ascendente representa los sueños de gente trabajadora que viaja a cualquier parte del planeta buscando una vida mejor. Eso es un golazo.
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